Han pasado diez años desde la dimisión del Papa Benedicto XVI, y aún se sigue hablando de ella. Debería haber sido más clara; así lo dijo Bergoglio el 12 de julio del 2022, y no podemos sino estar de acuerdo con él.
Efectivamente, ¿no os parece extraño que un hombre de la mansedumbre y la modestia de Joseph Ratzinger, a pesar de haber dimitido, haya permanecido en el Vaticano, vestido de blanco, para obstaculizar el terreno a su sucesor?
¿Y qué decir del hecho de que durante nueve años repitiera solo hay un Papa sin explicar nunca cuál de los dos fuera? No se entiende tampoco cómo pudiera convertirse en "papa emérito", ya que esta institución no existe jurídicamente, como pusieron de relieve desde el principio los canonistas más renombrados.
Sin embargo, para llegar al fondo de este misterio, el papa Ratzinger nos ha dejado algunas claves para entender la cuestión canónica. Leamos lo que escribe sobre su propia renuncia en “Últimas conversaciones”, libro de entrevistas de Peter Seewald del 2016, un texto autorizado y aprobado por el papa emérito: Ningún papa ha dimitido en mil años. El libro vuelve a reiterar el concepto hacia el final: Benedicto XVI fue el primer Papa que dimitió después de mil años.
El gran problema es que el último Papa que abdicó fue Gregorio XII, en el 1.415, es decir, sólo 598 años antes de Ratzinger, no mil años antes. Por consiguiente, para Benedicto la palabra dimisión, indiscutiblemente, no equivalía a abdicación y él no se consideraba abdicatario. ¿Y qué tipo de dimisión habría presentado entonces? Como hemos descubierto recientemente, una dimisión muy similar a la declarada, exactamente mil años antes, en el 1013, por un papa medieval: Benedicto VIII. Y tampoco él había abdicado.
En un trabajo de investigación de dos años y siete meses de duración, desarrollado en más de cuatrocientos artículos y resumido en un bestseller, hemos reconstruido pacientemente el escenario completo.
Paolo Flores d'Arcais, en "El desafío oscurantista de Ratzinger", del 2010, explica que Benedicto XVI era culpable de ser el guardián de los valores cristianos a los que se oponían los poderes globalistas. Por Vatileaks sabemos cómo, ya desde 2012, el clan Obama-Clinton estaba barajando la hipótesis de destituir al Papa Benedicto. Se había hecho necesaria su sustitución por un papa funcional a planes muy diferentes. El brazo operativo de esta maniobra era una facción de cardenales ultra modernistas, la llamada Mafia de San Gallo, el grupo que, como admitirá cándidamente en el 2015 uno de sus miembros, el cardenal Danneels, patrocinaba a Bergoglio como futuro papa.
En el 2016, monseñor Gaenswein citará un discurso de Ratzinger para describir a este grupo como el representante de una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y deja como medida última solo su propio yo y sus deseos.
Ese mismo año, con Vatileaks salió a la luz el llamado “Mordkomplott”, un plan para matar al Papa Benedicto del que hablaron los cardenales Romeo y Castrillón. Tres obispos, Gracida, Negri y Lenga, afirmaron más tarde públicamente que el Papa Ratzinger había sido obligado a quitarse de en medio. Así, en el 2013, presionado para abdicar de forma insostenible para sus fuerzas, Benedicto XVI decidió aplicar un ingenioso plan anti usurpación para la defensa de la Iglesia: el 11 de febrero, ante el consistorio de cardenales, de forma totalmente inesperada, pronunció un texto en latín de apenas mil setecientos caracteres que cambiarían la historia.
En esta Declaratio, salpicada de algunos errores de latín y varias imperfecciones estilísticas, inexplicables en un consumado latinista como Ratzinger, el Papa anunciaba que a partir de las 20 horas del 28 de febrero renunciaría a su ministerio, de modo que la sede de Roma quedase vacante.
Esta fue al menos la traducción en italiano, y en otras lenguas vernáculas, que nos ha sido transmitida. En realidad, las cosas son muy diferentes y ello se debe precisamente al latín.
Sobre la Declaratio se discute desde hace diez años porque, entendida como abdicación, presenta tres enormes problemas jurídicos. En primer lugar, el hecho de que la renuncia se aplazara diecisiete días. Pero la abdicación del Papa, al igual que su elección, es un acto jurídico puro y debe ser simultáneo, ya que es Dios quien concede o retira la investidura como sucesor de San Pedro, el llamado munus petrino, y ciertamente a Dios no se le pueden dar encargos a un determinado plazo.
El segundo problema se refiere precisamente al munus: el canon 332, parágrafo 2, del Código de Derecho Canónico prevee que el papa pueda abdicar, pero renunciando al munus petrino, es decir, al título concedido por Dios; en definitiva, debe renunciar a ser papa. Benedicto XVI, en cambio, en la versión latina de su Declaratio - la única que tiene una autoridad indiscutible - declara que renuncia al ministerium, a “ejercer como papa”, al ejercicio del poder que deriva del munus. Esta diferencia no se aprecia en italiano ni en otras lenguas porque tanto munus como ministerium se traducen con la misma palabra: "ministerio".
Sin embargo, renunciar a uno en vez de al otro puede tener consecuencias jurídicas devastadoras.
Cualquier sinonimia entre munus y ministerium queda totalmente descartada, tanto porque en todo el derecho canónico, el ministerium, objeto de renuncia, indica siempre y únicamente "hacer", ejercer un cargo, como porque el Papa Benedicto especifica en la Declaratio que ese ministerium le fue concedido per manus cardinalium, por los cardenales, que sólo pueden conceder al Papa recién elegido la autoridad, precisamente, de ejercer como Papa, mientras que el munus lo concede Dios mismo en el momento de la elección.
Por consiguiente, el Papa Benedicto, que para abdicar tenía que renunciar simultáneamente al munus, hizo exactamente lo contrario, renunció al ministerium en diferido. Una vez más tenemos la confirmación de que LA DECLARATIO NO ES UN ACTO DE ABDICACIÓN.
Por último, hay un tercer misterio que aclarar, el Papa no puede separar canónicamente el ministerium del munus.
Sin embargo, esto ocurre, de hecho, en un solo caso: LA SEDE totalmente IMPEDIDA, la alternativa a la sede vacante cuando el papa ni ha muerto ni ha abdicado, sino que está prisionero, confinado, exiliado: en este caso, el papa conserva, de hecho, el munus, el “ser” papa, pero es privado por la fuerza del ministerium, de la posibilidad de “ejercer como” papa.
En resumen: si el papa pierde canónicamente el munus, existe la sede vacante, si el papa pierde forzadamente el ministerium, existe la sede totalmente impedida.
Y he aquí que uniendo estos tres misteriosos elementos de la Declaratio queda perfectamente claro lo que ha hecho el Papa Benedicto. La clave está en la hora en la que entra en vigor la renuncia al ministerium, indicada como las veinte horas del veintiocho de febrero, pero en latín, el Papa Benedicto habla de hora vigésima.
Escuchémosle:
Se trata del horario romano, tradicional en Italia y en los territorios pontificios desde la Edad Media, para el que el cómputo de las horas no comienza a medianoche, sino al atardecer. El 28 de febrero del 2013, el sol se ponía a las dieciocho horas, por lo que basta añadir otras veinte horas y nos encontramos precisamente con la vigésima hora del veintiocho de febrero, que corresponde según nuestro horario a las trece horas del primero de marzo.
Pero, ¿qué acababa de ocurrir en ese momento?
Hay que recordar que el boletín del Vaticano sale siempre entre las doce y las trece horas. Ese primero de marzo, aproximadamente a las doce y media, el cardenal decano Angelo Sodano convoca a través del boletín el nuevo cónclave mientras el Papa Benedicto no es abdicatario. El cónclave es, por tanto, ilegítimo y produce un golpe de Estado que envía automáticamente a Benedicto XVI a una sede totalmente impedida, el estatus del que hemos hablado, que le priva del ministerium.
Por lo demás, ¿es posible imaginar un Papa más impedido de aquel que se ve elegir a otro Papa en su lugar mientras él es todavía reinante?
Por eso Benedicto ha conservado el nombre pontificio, la sotana blanca, la bendición apostólica y la residencia en el Vaticano.
No en vano, el papa Benedicto hará decir a Mons. Gaenswein en la Universidad Lumsa: Si no creéis, la respuesta se encuentra en el libro de Jeremías, donde, casualmente, leemos esta frase única en toda la Biblia: YO ESTOY IMPEDIDO.
Y así se aclara el inexplicable aplazamiento de la inexplicable renuncia al ministerium:
El 11 de febrero del 2013, el Papa Benedicto había previsto, profetizado, que los cardenales, malinterpretando la Declaratio a partir de las traducciones, convocarían sin saberlo un cónclave abusivo que lo colocaría en sede impedida privándolo del ministerium. Su renuncia al ministerium se hizo así efectiva, fáctica, precisamente a partir de la hora vigésima del veintiocho de febrero, es decir, a las trece horas del primero de marzo, hora en la que ya no sería el "pontífice sumo", como dijo desde el balcón de Castel Gandolfo, invirtiendo el título canónico de Sumo Pontífice: ya no sería el pontífice en grado sumo, en el puesto más alto, ya que elegirían a otro Papa -ilegítimo- que gobernaría en su lugar.
Así que, en esencia, la renuncia del Papa Benedicto fue anunciada y luego sufrida por causa de fuerza mayor.
¿Cómo se explica entonces esa frase de la Declaratio: de modo que la sede de Roma, la sede de San Pedro, quede vacante?
La traducción es errónea, tanto porque la renuncia al ministerium no origina una sede vacante, como sobre todo porque el verbo latino vacet se traduce literalmente como "sede vacía, desocupada, libre". De hecho, el Papa Benedicto dejó vacía su sede, es decir, la cátedra del obispo de Roma, en San Juan de Letrán, de donde formalmente todo Papa deriva la legitimidad para ejercer su gobierno, y no ha vuelto a ella nunca más.
Así, también, leemos: el próximo cónclave para la elección de un nuevo Sumo Pontífice, a su muerte, tendrá que ser convocao por aquellos a quienes correspone, es decir, sólo por los verdaderos cardenales anteriores al 2013.
Así, Benedicto XVI se convierte en papa emérito o papa impedido. La similitud con el obispo emérito, el obispo jubilado, es sólo aparente. El obispo, en efecto, aun conservando el munus vinculado a su sede, se puede retirar canónicamente a los setenta y cinco años, perdiendo el ministerium.
Esto, para el papa, sólo puede hacerse por la fuerza, por impedimento, porque el munus del papa, el “ser” papa, no puede ser compartido con nadie más. Por eso Benedicto decía que el Papa ES uno solo. Y era él mismo.
Con este genial sistema canónico, Benedicto ha conseguido así, gracias a su destronamiento y reclusión, inducidos por él mismo y llevados a cabo por los cardenales inconscientemente, poder seguir siendo el único papa verdadero, depositario del munus petrino, convirtiendo en cismáticos a sus enemigos herejes que querían quitarle de en medio y haciendo que cualquier otro papa elegido, con él aún vivo, no fuera un papa verdadero.
El presunto papa Francisco es, por tanto, un antipapa y, como tal, su pontificado deberá ser anulado. Esta es la realidad canónica.
Hay, además, una miríada de gestos y declaraciones de Benedicto XVI que confirman de manera lógica esta realidad, y no hay que dejarse engañar por la aparente concordia entre los dos que están vestidos de blanco. El propio Papa Ratzinger escribió que su "amistad personal" con Francisco había crecido: una amistad personal, es decir, sólo suya, unidireccional. Benedicto XVI, el último Vicario de Cristo, cumplió perfectamente ell mandamiento de Jesús: Ama a tu enemigo y reza por tu perseguidor. En todos estos años quiso separar a los creyentes de los no creyentes, como él mismo declaró al Herder Korrespondenz: que las ovejas tuvieran olfato para reconer al verdadero pastor, renovando la propia fe y fortaleciendo el papado.
Hoy el problema es comunicar a los cardenales cómo se ha desarrollado esta dimisión tan especial del papa Benedicto, que ha llevado a la Iglesia a un estado de suspensión jurídica, de pontificado de excepción, durante los últimos diez años.
En efecto, el canon 335 prescribe: Cuando la sede romana esté vacante o totalmente impedida, no se cambie nada en el gobierno de la Iglesia.
Actualmente, nuestra investigación periodística está censurada por las redes sociales y por el mainstream, acosada y condenada al ostracismo, incluso por cierto mundo tradicionalista interesado en mantener el status quo.
Pero el riesgo es enorme: si el próximo cónclave incluye aunque sea solo uno de los 81 cardenales inválidos nombrados por el antipapa Francisco, será elegido otro antipapa, de nuevo carente del munus, y por tanto, desde la perspectiva de la fe, privado de la asistencia del Espíritu Santo. Esto significaría el fin de la Iglesia canónica visible, con la continuación de la línea de sucesión antipapal de Bergoglio. Por eso Benedicto, cuando Seewald le preguntó si él podría ser el último Papa tal y como lo conocemos hasta ahora, respondió: Todo puede ser.
¿Cómo resolver la cuestión? Se necesita inmediatamente una investigación canónica promovida, sin ningún miedo, por el Colegio Cardenalicio. Por lo demás, si Bergoglio sancionara a un cardenal que sólo quisiera clarificar la situación, admitiría implícitamente no tener los papeles en regla.
De una manera aún más fácil, bastaría con gritar la verdad a todo el mundo, explicarla libremente, y el antipapa se vería obligado a abandonar el trono.
Inmediatamente después, habría que convocar un nuevo cónclave con verdaderos cardenales nombrados antes del 2013. Ya vamos con retraso; la fecha límite para convocar el cónclave era el veinte de enero del 2023. La Iglesia está sin guía, sin Papa; después de nueve años en Sede impedida, nos encontramos de nuevo en sede vacante.
Han sido necesarios diez años, pero la verdad – dice san Agustín – es como un león: una vez liberada, se defiende por sí sola.